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Artículo 0.- Ser realmente Joven y “un Quemado”

Yo tenía diecinueve años hace 37

Sí, tenía entonces diecinueve años y tenía asimismo en aquella temporada mi fantástica Ossa Copa doscientos cincuenta, con la que llegué a participar en una de las últimas carreras de la Copa Ossa-Motoclismo.

Una de aquellas mañanas, una de tantas, padecí un aterrizaje indeseado. No recuerdo exactamente en qué curva, exactamente en qué esquina o bien exactamente en qué calle. ¡Vaya a saber, por el hecho de que me pasaba el día por los suelos! Era entonces lo que siempre y en todo momento hemos llamado «Un genuino Balleta».

El caso es que aquella caída no tuvo demasiadas consecuencias para la motocicleta, nada singular que recuerde, salvo el cristal del espéculo (entonces solo era obligatorio montar uno), que se hizo añicos. No tenían el repuesto, no llegaba el vidrio tras ciertos días de espera y no soportando mi viva impaciencia de entonces, tuve una ocurrencia excelente, empujado por mi permanente obsesión por ir veloz como absolutamente nadie, para cubrir aquel vacío horrible del metal sobre el puño izquierdo de mi Ossa.

Pues sí, mirando las páginas deportivas de una gaceta especializada, no se me ocurrió otra cosa que recortar una espléndida instantánea de Marciano Roberts captado en una increíble tumbada con su OW-treinta y uno (Yamaha setecientos cincuenta de 2T) y ponerla en la cazoleta metálica del espéculo para dejarla prendida después con la orla de plástico que sostendría el cristal. ¡Qué ocurrencia! Quedaba impresionante allá plantada sobre el manillar. Llevaba tras mí, siguiéndome los talones, nada menos que al conduzco referencia del instante.

Unos días después volvía desde Sitges a Barna, tras haber ido solo por el puro placer de hacer la carretera de las costas del Garraf con su retorcido trazado recortando la verticalidad de los barrancos. A un lado, la roca se echaba encima como un pétreo matón de disco, y al otro, el vértigo de aquel vacío era en sí una intimidación con el Mare Nostrum rompiendo en un fondo, que al paso por ciertas curvas se antojaba como un abismo inescrutable.

Después de unas primeras eses enlazadas que servían como calentamiento, entré en una redonda que me apasionaba, descolgándome absolutamente al estilo de Tepi Lansivuori, para salir abriendo gas a fondo (treinta CV con tubarro y carburador de treinta y seis mm)…

Y allá estaba, plantado en actitud castrense al lado de su Sanglas de un tubo. Los brazos en jarras, las piernas sutilmente abiertas y las lentes de sol con el diseño de Harry el Sucio. Su brazo se desplegó como un resorte con la palma extendida; si bien, eso sí: no se atrevió a pisar la calzada.

Paré.

-Buenos días -afirmó moviendo el bigote y recomponiendo la benemérita compostura con un carraspeo. Me miró después y nos dio un primer repaso a la motocicleta y a mi, para incorporar con tono administrativo:

-¿Sabe que esa curva tiene un límite de cuarenta y que ha pasado considerablemente más de prisa?

-Sí señor -le respondí honestamente y agregué tras un segundo de pausa-. Mas si condujera un trailer, seguramente hubiese hecho la curva más despacio, a menos de cuarenta.

-Ya. Mas los límites están para todos, para las motocicletas asimismo.

Nos rodeó poco a poco, a la Ossa doscientos cincuenta y a mí, para examinarnos con más detenimiento, centímetro a centímetro. Cuando salió de mi espalda para finiquitar la vuelta por el lado izquierdo, pude ver de reojo de qué manera se detenía con un sobresalto. Aproximó su semblante descreído cara el espéculo y quedó inmóvil delante de él a lo largo de ciertos segundos que me parecieron la noche entera del preso que ejecutarán al amanecer.

-Va veloz, ¿cierto?? -preguntó con sorna gallega.

Y , con mi natural ingenuidad de esos años tan juveniles, aumentada en aquella temporada de La Transición de este país, no se me ocurrió otra cosa que responderle:

-¡Hombre! Puesto que se hace lo que se puede.

El Guarda Civil se echó atrás, cruzó los brazos y se quedó contemplándome mientras que sostenía la cabeza gacha, con la mirada inmóvil sobre el trébol grabado sobre el tapón de la gasolina. Volvió a carraspear y me apeó del tratamiento.

-MIra, muchacho -afirmó lamentándose- que todos todos los domingos recogemos 2 o bien 3 como hechos migas contra las rocas; que cada fin de semana sois varios los que no me dejáis dormir por las noches. ¡Qué es una pena! ¡Mas en qué momento os vais a dar cuenta de una vez!

¡Mírame! -ordenó.

Levanté la vista y de forma taciturna viré la cabeza cara el agente.

-Eres muy joven. Todos y cada uno de los que os quedáis acá, en esta carretera, sois muy jóvenes. Hazme el favor -tomó cierto tono de súplica-: Ve con más cuidado, que la motocicleta es peligrosísima, te lo digo , y la carretera no es un circuito.

Bajó la mirada y añadió:

-Vete, vete antes que me arrepienta. Mas acuérdate bien de lo que te digo: ¡Ten cuidado, ten mucho cuidado, por favor!

No tardé ni 3 segundos en dar dos patadas a la palanca de arranque y salir pitando.

Al rememorar ahora esa historia, uno cae en la cuenta de que lo que seguramente no sabría aquella persona es que entonces, en este país, no había circuitos -o bien eran casi inalcanzables- para dar brida suelta a nuestra pasión y que aun un vencedor del planeta probaba en esos años su motocicleta por las calles de un polígono industrial -ahí está la desgracia de Tormo-. Mas la verdad es que las palabras de aquel Guarda Civil y sobre su actitud frente a una circunstancia tan surrealista como la que le había planteado, han quedado grabadas durante los años en mi cabeza, y no diré que frenasen mi insensatez de entonces -eso era prácticamente imposible-, mas sí es verdad que en algún instante clave se encendieron en mi cabeza de sonajero como una roja lámpara de alarma.

Fue algún amigo el cayó en aquella temporada, fueron múltiples conocidos los que se fueron por siempre y fue, asimismo, más de uno el vi con mis ojos agonizar en la carretera. Ahora, hoy en día, hacer el quemado por la senda es, sin más, una supina estupidez, disponiendo de una surtida lista de circuitos, con cursos y tandas libres a lo largo de casi todo el año, en los que dar brida suelta a esta fabulosa pasión por la velocidad en equilibrio activo que muchos sentimos, y que se sostiene, no solo viva, sino más bien íntegra, con el paso de las décadas.

Si conocéis a alguien muy joven que vive la motocicleta como un quemado por la carretera, hacedle llegar este pequeño relato que, como el guarda civil de entonces, no logrará persuadirle ni retenerle, me consta, mas quizás, cuando menos, consiga hacer encender un lámpara ya antes de algún instante definitivo.

Gracias.

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